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miércoles, 13 de octubre de 2010

- Mad I Soon - Capitulo II "La casa"

Tenía hambre y me dolía la cabeza.
No entendía como seguía viva, si la noche anterior me quisieron secuestrar y robar los órganos.
Tenía un brazo de Jeannete sobre mis pechos, se había desmayado en mi cama.
Observé la hora y casi salto de la cama -aunque no tuviese tantas energías- ¡Eran las ocho de la mañana!
- ¡Jean! ¡Jean!- Le di un cachetazo en el rostro - ¡Loca! ¡Despertáte! -
Ella despertó sonriendo y giró sus ojos sobre toda la habitación, tratándo de entender en dónde se encontraba.
- Hola linda- me dijo
¡Ah! me desarmó completamente, haciendo que mis mejillas se sonrojaran, pero le di la espalda y bajé de la cama buscando algo que hacer. Ella sonrió.
Miré mi teléfono móvil: Seis llamadas perdídas de Esteban. Tiré el teléfono sobre la cama, revotó y cayó sobre el suelo. Blanquié los ojos, siempre sucedía lo mismo.
Observé por la ventana que daba al patio trasero: Mi hermano Gabriel lanzaba cuchillos contra un viejo árbol, como me había enseñado hacía varios años "Para defensa personal". Siempre pensé que estaba algo loco, pero era buena persona y a todas mis amigas les gustaba.
Los dos vivíamos en la misma casa, prácticamente solos, porque mis papás vivían de viaje, y él con diecinueve años, a punto de cumplir veinte, era el "adulto responsable". Yo no era tan jóven, diecisiete años en ésta época, era demasiado. Nunca entendí por qué me menospreciaban.
Jeannete se estiraba, contagiándome el bostezo. Cerré mis ojos y estiré mis brazos, abriendo mi boca en una perfecta O, y recordé mi sueño:
Una casa de dos plantas con chimenea, a lo alto de una colina verde. La imágen que tenía del lugar era bastante borrosa, pero no sabía si lo estaba imaginando, o había visto unos pinos y robles secos, un camino de tierra, rodeado por piedras enormes, y un gran lago con varias montañas rodeando el lugar. Sabía que la casa estaba algo deteriorada, pero era por el paso del tiempo, o por la poca luminosidad que le había dado en mi cabeza. Quise recordar más, pero aún me dolía la cabeza. Sonreí porque me pareció que conocía el lugar.

Gabriel nos había llevado en el auto a toda prisa hacia el colegio. Nuestro micro salía a las nueve en punto, llegámos diez minutos antes. ¡Nos ibamos de viaje de egresados!
Busqué entre las personas (Estaba lleno de viejos arrugados saludando a sus hijos) pero no encontraba a Esteban.
- ¡Maaaaaaadisoon! - Me gritaron desde el micro. ¡Era Esteban! ¡Si señores!
Corrí, tiré mi bolso sobre Gabriel, dejándolo sin aire y le hice una seña para que lo llevase con todos los demás. Subí al micro y lo encontré en el pasillo, nos saludamos y me abrazó.
- ¡Estás bien! - Le grité mientras le golpeaba el pecho
- ¡Ouch! Hasta que aparecíste... - Bromeó.
Jeannete se había sentado al fondo del micro, con un grupo de chicas plásticas, que si no son perfectas fisicamente y huecas, no merecerían ese titulo. Nunca me cerró el por qué ella pertenecía a ese grupo y no era la que encabezaba todo. Encajaba perfectamente en el perfíl de la abeja reina, bella e inteligente, pero como en casi todas las historias de vida, mi némesis no era una morocha, sinó ¡Otra rubia! Lizzy, Una Fashion Victim: Persona a la cuál le interesa más su brillo labial que la vida de su propia madre. Manipuladora a más no poder, egocéntrica como ella sola, y el peor enemigo que alguien podría tener, pero como todos, tiene sus puntos débiles, y yo los conocía a todos. Habíamos sido amigas anteriormente. Intenté no recordarlo.
Le sonreí a Esteban, me subí sobre sus piernas, le clavé mis zapatos con plataforma y logré alcanzar la mochila que se ocultaba en los compartimientos para las balijas de mano. La bajé, tirándola sobre mi amigo, él dio un grito de dolor, pero nadie prestó atención porque cantaban desaforadamente y bailaban atontados.
En la mochila habia una etiqueta con un nombre : "Michael Paz" Por lo visto en el micro no solo viajaban mis compañeros, sinó chicos de otros grupos. Abrí la mochila sin dudarlo y ¡Bingo! llevaba unos sandwichs de jamón y queso. Los tomé e hice volar la mochila abierta por los aires hacia adelante, regando las cosas que llevaba en su interior sobre las personas, pero por desgracia no pude ver a quién impacté, solo a Kevin, un chico regordete del curso, que le quedó un calzoncillo sobre la cabeza. Habría sido divertido ver como caían las cosas sobre la cabeza de algún rector.
Me senté del lado de la ventanilla, luego de patalear sobre Esteban para que se corriera, y hechar a una asiática que decía que ese, era su lugar. La gente desde el exterior saludaba, con los brazos en los aires. Yo los saludaba, como si los conociera. Sonreí.
Gabriel observaba todo su alrededor seriamente, e intentaba esquivar la mirada de un par de muchachas que lo comían con la vista. Lo hacían sentir intimidado.
Él me miró e hizo una mueca con la boca, no supe si sonrió o qué, pero fue algo parecido y yo le dediqué una sonrisa radiante y lo saludé con la mano. Quise abrazarlo, pero fue un segundo, luego se me revolvió el estomago y lo pensé dos veces antes de hacerlo. Nunca nos habíamos expresado sentimientos, y cuando digo nunca, es nunca. Había días que no nos veíamos, y cuando nos cruzabamos, nisiquiera nos saludabamos, con tal de vernos bien, era suficiente, y ahora que me iba por unos días de viaje, era como si nada estuviese ocurriendo, tan solo "una desaparición más" por mi parte, aunque ésta vez sabría dónde me iba.

La mayor parte del viaje me la pasé paseandome por los pasillos, dibujando en la cara de desconocidos que se dormían, robando comida - Si, todavía seguía hambrienta - e intentando ver que hacía Jeannete con las chicas plásticas. También revisé varias mochilas, y encontré un arsenal de pastillas. Me dolía la cabeza, así que tomé unas cuantas y me acosté al lado de Esteban, mientras él dormitaba con los auriculares puestos y me abrazaba, y ahí estaba nuevamente la casa, no me había equivocado, aunque ahora la analizaba mejor, no era una casa, era una cabaña :
Con sus árboles secos, pero no por la época, sinó por los años, el pasto verde pero no alto, era raro, eso no encajaba con lo antiguo, porque tendría que estar alto y mal cuidado, pero no, era como si alguien lo hubiese cortado hacía unos instantes. Las montañas eran verdes, y por ende, el agua del lago se veía verdoza por el reflejo. La cabaña era mayormente de madera, pero tenía partes que me llamaban mucho la atención, y eran las paredes de mármol, me encantaba. Habian varias ventanas, pero todas selladas con maderas, con una nena de rizos dorados que me observaba desde el interior.
Inhalé profundamente y me desperté. Todo daba vueltas. Esteban babeaba a mi lado. Ya había oscurecido, no tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba dormida. Recordé a la nena rubia y me estremecí. ¿Por qué sentía que ya la conocía de algún lado?

No tenía idea de cuánto llevabamos viajando, cuando el micro se detuvo en un parador -que tampoco sabía el nombre-
Desempañé el vidrio con la mano y observé el exterior: No se veía ni un alma, los únicos vivos en ese lugar, eramos los que viajabamos en el micro y con suerte si alguien se encontraba dentro del parador: Un local grande, viejo y muy deteriorado, con mesas largas en el interior y una pobre iluminación.
Los coordinadores nos pidieron que bajáramos tranquilamente (Cosa que no hicimos) Todos corrieron, aunque la mayoría dormitaba, pero sus compañeros les contagiaban las energías. Otros gritaban que ya habíamos llegado y eso despertaba la emoción en otros.
Esteban me contó que antes de subir al micro, los coordinadores pidieron las linternas -obligatorias- que había que llevar en el viaje, y al bajar del micro le entregaban uno a uno su linterna correspondiente.
Por supuesto que bajé del micro sin linterna, porque el bolso se lo había tirado a mi hermano y la linterna se encontraba con todo el equipaje, no la llevaba a mano.
Sentí la brisa helada de la noche, eso me hizo temblar las piernas.
Nos gritaron que demos unas vueltas por el lugar que era seguro, que en una hora nos reagruparíamos en el parador. "Estiren las piernas" fue lo último que llegué a oír.
No me había dado cuenta de qué tanto necesitaba fumar, así que busqué desesperadamente en mis bolsillos la caja de cigarrillos y un encendedor. Seguí caminando mientras lo prendía. Podía ver a unos pocos centímetros de mi rostro gracias a la punta del cigarrillo que se asimilaba a una luciérnaga anaranjada, que se prendía mucho más al momento de inhalar. Si volteaba veía a varios chicos en el parador tomando mates.
Me pregunté qué tanto faltaba, porque ya había oscurecido y tenía entendido que apenas amaneciera, estaríamos ahí. También me pregunté qué estaría haciendo Jeannete y Esteban, al bajar del micro los perdí de vista.
Di media vuelta y observé el lugar, hacia el lado del parador. Podía ver a varios chicos desde las ventanillas, en el interior del micro estacionado. Parecían monos enjaulados entre cristales. Correteaban por los pasillos, hacían volar cosas (Como había hecho yo con las cosas de Michael Paz) Sonreí por la emoción del momento. Nos esperaban diez días espectaculares.
Me había quedado atontada mirando las estrellas como veinte minutos, era fascinante: Todo oscuro al rededor y millones de puntitos blancos y parpadeantes en lo más alto, no recordaba cuándo había sido la última vez que veía un cielo tan hermoso. Pedí docenas de deseos por varias estrellas fugaces, me refregé la nariz que de seguro había tomado un color rojizo muy notable, y mis cachetes ardían, pero por el frío. Los dedos los tenía bien reguardados en un par de guantes de lana color violeta, que misteriosamente aparecieron en mi equipaje de mano.
El color violeta me hacía recordar a Jeannete instantáneamente, era su color favorito, y no digo eso tan solo porque la conociera, sino porque lo hacía notar, vistiéndose casi siempre del mismo color, las sombras que usa en los ojos y varias veces las lentillas de fantasía. No sabía cuál hubiese sido su deseo si estuviese conmigo bajo las estrellas fugaces, pero me jugaba el todo por todo a que hubiera sido tener los ojos de ese color, naturalmente.
Pensé en volver al micro con los demás pero algo me inmovilizó. Sentí una presencia cerca, sonreí y observé hacia el lugar que creía que había alguien, creyendo que era algún chistoso que me quería gastar una broma.
- Ya basta, ya te vi - Le dije y sonreí, pero no pude ver a nadie, y otra vez esa sensación de parálisis, de alerta que te hace erizar los cabellos. Mi cuerpo y mente sabían que alguien rondaba por el lugar, pero mi vista no, y ahí fue cuando caí sentada porque mis piernas no pudieron soportarlo más. Desde el suelo rebusqué en mis bolsillos y tomé el encendedor. Lo encendí con un brazo en lo alto para poder iluminar un poco más el lugar, pero no veía a nadie. Mis piernas me habían fallado por una risa que viajó por el aire e impactó en el centro de mi cerebro. También había sentido una especie de corrida y ramas quebrándose cerca de mí, si, eso me había desestabilizado. - Chicas ¿Son ustedes? - Pregunté y nadie respondió. Pensé en que ya era suficiente, la broma no me gustaba para nada, así que me levanté e hice como si nada hubiera sucedido.
Caminé hacia el parador y de nuevo escuché las pisadas detrás de mí. Bien, si me querían asustar, yo también lo iba a hacer. Me agaché y tomé de mis botas un cuchillo de lanzar que siempre llevaba por seguridad y lo empuñé. - Si das un paso más, te arranco la garganta - Grité y observé hacia la nada, pero disimulaba ver algo fijo, mientras intentaba calmar mi pulso. Ésta vez la carcajada de una niña pasó muy cerca mio. Le grité, pero tan solo la vi correr entre los pastizales. Di vuelta el filo del cuchillo por seguridad, así podía correr y si tropezaba no me lo hincaría. La seguí, ella se movía con una agilidad que me sorprendía. Supe que era del lugar porque conocía por donde caminar y no tropezaba.
- Mami, mami, un ratito más-
¿A quién le hablaba? No veía a nadie más, las dos solas corríamos entre los pastizales y nos alejábamos del parador.
- Madison, no corras, te podes tropezar -
¿Cómo? ¿Quién era? Observé hacia ambos lados y no veía a nadie, tan solo a la pequeña corriendo a varios metros enfrente mio. Sus bracitos se movían con mucha gracia a ambos lados de su vestido blanco con encajes. Parecía una princesita de rizos dorados.
Pensé en gritarle, porque era muy tarde para que corriera sola por esos lugares. Su madre estaría preocupada ¿Pero dónde estaba? ¿De dónde había provenido aquella voz? La había oído tan cercana a mí... Y ahora no veía ni siquiera a la jovencita que corría adelante mio.
- ¿Hola? - Grité, y observé el lugar guardando el cuchillo nuevamente.
.
Era una plaza abandonada, un lugar que en sus días habría sido hermoso, completo de pequeños jugando bajo el sol, sobre sus hamacas y subibajas, correteando por todos lados, pero ahora todo se encontraba oxidado y se caía a pedazos... Y allí estaba, la nena subida en lo más alto de un tobogán. Temí porque se cayera o que el tobogán se partiera en miles de pedazos, no se veía seguro, así que corrí para atraparla, pero ella ya se había tirado. Cerré mis ojos por la impresión y escuché su grito, pero no fue de susto, sino de alegría y su carcajada.
- Una vez más, mami-
Abrí mis ojos y ya no estaba más ahí, ahora se metía por unos tubos que formaban una especie de laberinto.
Pensé en qué clase de criaturas vivirían ahí dentro... Perros y gatos callejeros, o tal vez arañas y quién sabe si víboras ¡Pobre niña! corrí hacia la entrada del tubo para llamarla, me arrodillé y miré el interior... no percibí nada, solo olor a humedad y algo parecido a orina ¡El vestido se le iba a arruinar!
- Madison, vamos, es tarde ya-
Volteé para ver quién hablaba, la voz me resultaba conocida, pero no vi a nadie más. Ya no oía las risas de la pequeña ¿Habría salido por el otro lado y escapado? ¿Y su madre?
Di unas vueltas por la plaza abandonada... No vi más a la niña, ni supe quién había corrido a nuestro lado, o quién me había llamado.
Di media vuelta e intenté hacer caso omiso, tal vez la niñita se había ido por dónde había venido...
Prendí rumbo hacia el parador.
Cuando subí al micro (Yo había sido la última en llegar) uno de los coordinadores me preguntó el nombre e hizo una seña de "Ok".
Me dirigí a mi asiento y vi a Esteban sentado entre las plásticas y Jeannete. Lizzy iba sentada sobre sus piernas, jugueteando con el cabello de mi amigo. Los fulminé con la mirada y Esteban me sonrió tímidamente. Quiso levantarse pero sus "amiguitas" lo sostuvieron y reían, me ignoraban. Le dediqué una sonrisa amargada, haciéndole saber que estaba todo bien y me senté junto a la asiática que ocupaba mi lugar del lado de la ventanilla. Crucé mis brazos e inflé mis cachetes. ¿Qué estaba pasando?


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