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miércoles, 13 de octubre de 2010

- Mad I Soon - Capitulo II "La casa"

Tenía hambre y me dolía la cabeza.
No entendía como seguía viva, si la noche anterior me quisieron secuestrar y robar los órganos.
Tenía un brazo de Jeannete sobre mis pechos, se había desmayado en mi cama.
Observé la hora y casi salto de la cama -aunque no tuviese tantas energías- ¡Eran las ocho de la mañana!
- ¡Jean! ¡Jean!- Le di un cachetazo en el rostro - ¡Loca! ¡Despertáte! -
Ella despertó sonriendo y giró sus ojos sobre toda la habitación, tratándo de entender en dónde se encontraba.
- Hola linda- me dijo
¡Ah! me desarmó completamente, haciendo que mis mejillas se sonrojaran, pero le di la espalda y bajé de la cama buscando algo que hacer. Ella sonrió.
Miré mi teléfono móvil: Seis llamadas perdídas de Esteban. Tiré el teléfono sobre la cama, revotó y cayó sobre el suelo. Blanquié los ojos, siempre sucedía lo mismo.
Observé por la ventana que daba al patio trasero: Mi hermano Gabriel lanzaba cuchillos contra un viejo árbol, como me había enseñado hacía varios años "Para defensa personal". Siempre pensé que estaba algo loco, pero era buena persona y a todas mis amigas les gustaba.
Los dos vivíamos en la misma casa, prácticamente solos, porque mis papás vivían de viaje, y él con diecinueve años, a punto de cumplir veinte, era el "adulto responsable". Yo no era tan jóven, diecisiete años en ésta época, era demasiado. Nunca entendí por qué me menospreciaban.
Jeannete se estiraba, contagiándome el bostezo. Cerré mis ojos y estiré mis brazos, abriendo mi boca en una perfecta O, y recordé mi sueño:
Una casa de dos plantas con chimenea, a lo alto de una colina verde. La imágen que tenía del lugar era bastante borrosa, pero no sabía si lo estaba imaginando, o había visto unos pinos y robles secos, un camino de tierra, rodeado por piedras enormes, y un gran lago con varias montañas rodeando el lugar. Sabía que la casa estaba algo deteriorada, pero era por el paso del tiempo, o por la poca luminosidad que le había dado en mi cabeza. Quise recordar más, pero aún me dolía la cabeza. Sonreí porque me pareció que conocía el lugar.

Gabriel nos había llevado en el auto a toda prisa hacia el colegio. Nuestro micro salía a las nueve en punto, llegámos diez minutos antes. ¡Nos ibamos de viaje de egresados!
Busqué entre las personas (Estaba lleno de viejos arrugados saludando a sus hijos) pero no encontraba a Esteban.
- ¡Maaaaaaadisoon! - Me gritaron desde el micro. ¡Era Esteban! ¡Si señores!
Corrí, tiré mi bolso sobre Gabriel, dejándolo sin aire y le hice una seña para que lo llevase con todos los demás. Subí al micro y lo encontré en el pasillo, nos saludamos y me abrazó.
- ¡Estás bien! - Le grité mientras le golpeaba el pecho
- ¡Ouch! Hasta que aparecíste... - Bromeó.
Jeannete se había sentado al fondo del micro, con un grupo de chicas plásticas, que si no son perfectas fisicamente y huecas, no merecerían ese titulo. Nunca me cerró el por qué ella pertenecía a ese grupo y no era la que encabezaba todo. Encajaba perfectamente en el perfíl de la abeja reina, bella e inteligente, pero como en casi todas las historias de vida, mi némesis no era una morocha, sinó ¡Otra rubia! Lizzy, Una Fashion Victim: Persona a la cuál le interesa más su brillo labial que la vida de su propia madre. Manipuladora a más no poder, egocéntrica como ella sola, y el peor enemigo que alguien podría tener, pero como todos, tiene sus puntos débiles, y yo los conocía a todos. Habíamos sido amigas anteriormente. Intenté no recordarlo.
Le sonreí a Esteban, me subí sobre sus piernas, le clavé mis zapatos con plataforma y logré alcanzar la mochila que se ocultaba en los compartimientos para las balijas de mano. La bajé, tirándola sobre mi amigo, él dio un grito de dolor, pero nadie prestó atención porque cantaban desaforadamente y bailaban atontados.
En la mochila habia una etiqueta con un nombre : "Michael Paz" Por lo visto en el micro no solo viajaban mis compañeros, sinó chicos de otros grupos. Abrí la mochila sin dudarlo y ¡Bingo! llevaba unos sandwichs de jamón y queso. Los tomé e hice volar la mochila abierta por los aires hacia adelante, regando las cosas que llevaba en su interior sobre las personas, pero por desgracia no pude ver a quién impacté, solo a Kevin, un chico regordete del curso, que le quedó un calzoncillo sobre la cabeza. Habría sido divertido ver como caían las cosas sobre la cabeza de algún rector.
Me senté del lado de la ventanilla, luego de patalear sobre Esteban para que se corriera, y hechar a una asiática que decía que ese, era su lugar. La gente desde el exterior saludaba, con los brazos en los aires. Yo los saludaba, como si los conociera. Sonreí.
Gabriel observaba todo su alrededor seriamente, e intentaba esquivar la mirada de un par de muchachas que lo comían con la vista. Lo hacían sentir intimidado.
Él me miró e hizo una mueca con la boca, no supe si sonrió o qué, pero fue algo parecido y yo le dediqué una sonrisa radiante y lo saludé con la mano. Quise abrazarlo, pero fue un segundo, luego se me revolvió el estomago y lo pensé dos veces antes de hacerlo. Nunca nos habíamos expresado sentimientos, y cuando digo nunca, es nunca. Había días que no nos veíamos, y cuando nos cruzabamos, nisiquiera nos saludabamos, con tal de vernos bien, era suficiente, y ahora que me iba por unos días de viaje, era como si nada estuviese ocurriendo, tan solo "una desaparición más" por mi parte, aunque ésta vez sabría dónde me iba.

La mayor parte del viaje me la pasé paseandome por los pasillos, dibujando en la cara de desconocidos que se dormían, robando comida - Si, todavía seguía hambrienta - e intentando ver que hacía Jeannete con las chicas plásticas. También revisé varias mochilas, y encontré un arsenal de pastillas. Me dolía la cabeza, así que tomé unas cuantas y me acosté al lado de Esteban, mientras él dormitaba con los auriculares puestos y me abrazaba, y ahí estaba nuevamente la casa, no me había equivocado, aunque ahora la analizaba mejor, no era una casa, era una cabaña :
Con sus árboles secos, pero no por la época, sinó por los años, el pasto verde pero no alto, era raro, eso no encajaba con lo antiguo, porque tendría que estar alto y mal cuidado, pero no, era como si alguien lo hubiese cortado hacía unos instantes. Las montañas eran verdes, y por ende, el agua del lago se veía verdoza por el reflejo. La cabaña era mayormente de madera, pero tenía partes que me llamaban mucho la atención, y eran las paredes de mármol, me encantaba. Habian varias ventanas, pero todas selladas con maderas, con una nena de rizos dorados que me observaba desde el interior.
Inhalé profundamente y me desperté. Todo daba vueltas. Esteban babeaba a mi lado. Ya había oscurecido, no tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba dormida. Recordé a la nena rubia y me estremecí. ¿Por qué sentía que ya la conocía de algún lado?

No tenía idea de cuánto llevabamos viajando, cuando el micro se detuvo en un parador -que tampoco sabía el nombre-
Desempañé el vidrio con la mano y observé el exterior: No se veía ni un alma, los únicos vivos en ese lugar, eramos los que viajabamos en el micro y con suerte si alguien se encontraba dentro del parador: Un local grande, viejo y muy deteriorado, con mesas largas en el interior y una pobre iluminación.
Los coordinadores nos pidieron que bajáramos tranquilamente (Cosa que no hicimos) Todos corrieron, aunque la mayoría dormitaba, pero sus compañeros les contagiaban las energías. Otros gritaban que ya habíamos llegado y eso despertaba la emoción en otros.
Esteban me contó que antes de subir al micro, los coordinadores pidieron las linternas -obligatorias- que había que llevar en el viaje, y al bajar del micro le entregaban uno a uno su linterna correspondiente.
Por supuesto que bajé del micro sin linterna, porque el bolso se lo había tirado a mi hermano y la linterna se encontraba con todo el equipaje, no la llevaba a mano.
Sentí la brisa helada de la noche, eso me hizo temblar las piernas.
Nos gritaron que demos unas vueltas por el lugar que era seguro, que en una hora nos reagruparíamos en el parador. "Estiren las piernas" fue lo último que llegué a oír.
No me había dado cuenta de qué tanto necesitaba fumar, así que busqué desesperadamente en mis bolsillos la caja de cigarrillos y un encendedor. Seguí caminando mientras lo prendía. Podía ver a unos pocos centímetros de mi rostro gracias a la punta del cigarrillo que se asimilaba a una luciérnaga anaranjada, que se prendía mucho más al momento de inhalar. Si volteaba veía a varios chicos en el parador tomando mates.
Me pregunté qué tanto faltaba, porque ya había oscurecido y tenía entendido que apenas amaneciera, estaríamos ahí. También me pregunté qué estaría haciendo Jeannete y Esteban, al bajar del micro los perdí de vista.
Di media vuelta y observé el lugar, hacia el lado del parador. Podía ver a varios chicos desde las ventanillas, en el interior del micro estacionado. Parecían monos enjaulados entre cristales. Correteaban por los pasillos, hacían volar cosas (Como había hecho yo con las cosas de Michael Paz) Sonreí por la emoción del momento. Nos esperaban diez días espectaculares.
Me había quedado atontada mirando las estrellas como veinte minutos, era fascinante: Todo oscuro al rededor y millones de puntitos blancos y parpadeantes en lo más alto, no recordaba cuándo había sido la última vez que veía un cielo tan hermoso. Pedí docenas de deseos por varias estrellas fugaces, me refregé la nariz que de seguro había tomado un color rojizo muy notable, y mis cachetes ardían, pero por el frío. Los dedos los tenía bien reguardados en un par de guantes de lana color violeta, que misteriosamente aparecieron en mi equipaje de mano.
El color violeta me hacía recordar a Jeannete instantáneamente, era su color favorito, y no digo eso tan solo porque la conociera, sino porque lo hacía notar, vistiéndose casi siempre del mismo color, las sombras que usa en los ojos y varias veces las lentillas de fantasía. No sabía cuál hubiese sido su deseo si estuviese conmigo bajo las estrellas fugaces, pero me jugaba el todo por todo a que hubiera sido tener los ojos de ese color, naturalmente.
Pensé en volver al micro con los demás pero algo me inmovilizó. Sentí una presencia cerca, sonreí y observé hacia el lugar que creía que había alguien, creyendo que era algún chistoso que me quería gastar una broma.
- Ya basta, ya te vi - Le dije y sonreí, pero no pude ver a nadie, y otra vez esa sensación de parálisis, de alerta que te hace erizar los cabellos. Mi cuerpo y mente sabían que alguien rondaba por el lugar, pero mi vista no, y ahí fue cuando caí sentada porque mis piernas no pudieron soportarlo más. Desde el suelo rebusqué en mis bolsillos y tomé el encendedor. Lo encendí con un brazo en lo alto para poder iluminar un poco más el lugar, pero no veía a nadie. Mis piernas me habían fallado por una risa que viajó por el aire e impactó en el centro de mi cerebro. También había sentido una especie de corrida y ramas quebrándose cerca de mí, si, eso me había desestabilizado. - Chicas ¿Son ustedes? - Pregunté y nadie respondió. Pensé en que ya era suficiente, la broma no me gustaba para nada, así que me levanté e hice como si nada hubiera sucedido.
Caminé hacia el parador y de nuevo escuché las pisadas detrás de mí. Bien, si me querían asustar, yo también lo iba a hacer. Me agaché y tomé de mis botas un cuchillo de lanzar que siempre llevaba por seguridad y lo empuñé. - Si das un paso más, te arranco la garganta - Grité y observé hacia la nada, pero disimulaba ver algo fijo, mientras intentaba calmar mi pulso. Ésta vez la carcajada de una niña pasó muy cerca mio. Le grité, pero tan solo la vi correr entre los pastizales. Di vuelta el filo del cuchillo por seguridad, así podía correr y si tropezaba no me lo hincaría. La seguí, ella se movía con una agilidad que me sorprendía. Supe que era del lugar porque conocía por donde caminar y no tropezaba.
- Mami, mami, un ratito más-
¿A quién le hablaba? No veía a nadie más, las dos solas corríamos entre los pastizales y nos alejábamos del parador.
- Madison, no corras, te podes tropezar -
¿Cómo? ¿Quién era? Observé hacia ambos lados y no veía a nadie, tan solo a la pequeña corriendo a varios metros enfrente mio. Sus bracitos se movían con mucha gracia a ambos lados de su vestido blanco con encajes. Parecía una princesita de rizos dorados.
Pensé en gritarle, porque era muy tarde para que corriera sola por esos lugares. Su madre estaría preocupada ¿Pero dónde estaba? ¿De dónde había provenido aquella voz? La había oído tan cercana a mí... Y ahora no veía ni siquiera a la jovencita que corría adelante mio.
- ¿Hola? - Grité, y observé el lugar guardando el cuchillo nuevamente.
.
Era una plaza abandonada, un lugar que en sus días habría sido hermoso, completo de pequeños jugando bajo el sol, sobre sus hamacas y subibajas, correteando por todos lados, pero ahora todo se encontraba oxidado y se caía a pedazos... Y allí estaba, la nena subida en lo más alto de un tobogán. Temí porque se cayera o que el tobogán se partiera en miles de pedazos, no se veía seguro, así que corrí para atraparla, pero ella ya se había tirado. Cerré mis ojos por la impresión y escuché su grito, pero no fue de susto, sino de alegría y su carcajada.
- Una vez más, mami-
Abrí mis ojos y ya no estaba más ahí, ahora se metía por unos tubos que formaban una especie de laberinto.
Pensé en qué clase de criaturas vivirían ahí dentro... Perros y gatos callejeros, o tal vez arañas y quién sabe si víboras ¡Pobre niña! corrí hacia la entrada del tubo para llamarla, me arrodillé y miré el interior... no percibí nada, solo olor a humedad y algo parecido a orina ¡El vestido se le iba a arruinar!
- Madison, vamos, es tarde ya-
Volteé para ver quién hablaba, la voz me resultaba conocida, pero no vi a nadie más. Ya no oía las risas de la pequeña ¿Habría salido por el otro lado y escapado? ¿Y su madre?
Di unas vueltas por la plaza abandonada... No vi más a la niña, ni supe quién había corrido a nuestro lado, o quién me había llamado.
Di media vuelta e intenté hacer caso omiso, tal vez la niñita se había ido por dónde había venido...
Prendí rumbo hacia el parador.
Cuando subí al micro (Yo había sido la última en llegar) uno de los coordinadores me preguntó el nombre e hizo una seña de "Ok".
Me dirigí a mi asiento y vi a Esteban sentado entre las plásticas y Jeannete. Lizzy iba sentada sobre sus piernas, jugueteando con el cabello de mi amigo. Los fulminé con la mirada y Esteban me sonrió tímidamente. Quiso levantarse pero sus "amiguitas" lo sostuvieron y reían, me ignoraban. Le dediqué una sonrisa amargada, haciéndole saber que estaba todo bien y me senté junto a la asiática que ocupaba mi lugar del lado de la ventanilla. Crucé mis brazos e inflé mis cachetes. ¿Qué estaba pasando?


lunes, 27 de septiembre de 2010

- Mad I Soon - Capitulo I "Volar sin alas"

Prólogo


2 Corintios 7:1:
“Dado que tenémos estas promesas [de tener a Jehová como nuestro Dios y nuestro Padre], amados, limpiémonos de toda contaminación de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.”


Pero... ¿Podemos pensar que tendrémos la aprobación de Dios si deliberadamente hacémos cosas que nos contaminan el cuerpo?

La Biblia habla de nuestro cuerpo como el "Templo del Espiritu Santo"
Sabiendo esto: ¿Te atreverías a mancillar dicho cuerpo?



-Volar sin alas-


Eran las tres de la madrugada.
Mi corazón latía increíblemente rápido.
You Love Her Coz She's Dead sonaba tan fuerte que los sentía vibrar dentro de mi pecho y garganta.
Cantaba desaforadamente la letra de la canción. ¡Ah! ¡Young Tender Hearts Beat Fast!
Todos saltabamos, si, bañados en sudor, pero yo no los veía porque me encontraba con los ojos cerrados, tomándome de la cabeza como si me doliera, pero no, me encontraba volando, danzando en otro mundo. Si... otro mundo.
Mi cabello estaba hecho un desastre, y eso que me había llevado un buen rato arreglarmelo para salir, pero por qué me interesaba en éstos momentos, si nadie lo notaba.
Sentía que mi alma estaba fuera de mi cuerpo, que me podía observar amí misma. Era gracioso, porque podía "ver" exáctamente lo que estaba sucediendo a mi alrededor.
La gente descontrolada, todos felices, ausentes.
Me veía amí misma, si, con mis cabellos rubios y largos volando por el aire al ritmo de la música, sucios, bañados en sudor por el ambiente. Mis escuálidas manos aprentando mis sienes; mis brazos desnudos a ambos lados de mi cabeza, moviendose al igual que mi vestido corto de broderie blanco que se ondulaba por el movimiento, dejando pasar una brisa entre mis piernas, subiendo hasta mi estomago y escapandose por el espacio que quedaba entre mis pechos.
Tambíen podía ver mis zapatitos de charól amarillos, pisando en cada salto mi bolso de Prada que había robado en una tienda hacía unas semanas. Adoraba los bolsos, debo admitirlo.
Pensé en agacharme y recojerlo para que no se arruinase, porque se estaba ensuciando, el suelo estaba húmedo y con el impacto de los saltos lo iba a romper, pero pensé y sonreí: Puedo conseguir otro mucho mejor.
A mis costados se encontraban Esteban y Jeannete, amigos que lo único que tenían en común, era amí.
Esteban intentando llamarle la atención a Jean, seguro. Le acariciaría el pelo oscuro y ondulado a mi amiga, luego bajaría por su pálido cuello e intentaría rozarle los pechos, seguir bajando y tomandola por la cintura. ¡Agh! Si, mi imagen era acertada. Él estaría disimulando los efectos de las drogas ¡Já! Se pensaba que yo era tonta, no, no. Yo sabía que no consumía, que solo disimulaba para llamar la atención entre nosotras.
Me gustaba como se encontraban vestidos ambos, con camisas blancas de bambula; Jeanette de color salmón y Esteban de color rosa. Ella con una calza negra, y por arriba una pollera floreada, con botitas de cuero, y él con un vaquero celeste y zapatillas negras.
La boca de Jean y la mía se veían secas, arrugadas. El lápiz labial se nos había consumido, evaporado, pero en Esteban no se notaba ningún cambio físico, aunque bailara como un tonto, pero dudaba de si lo disimulaba o era siempre así, tampoco me gasté demasiado en analizarlo.
Lo más extraño eran las personas que nos rodeaban, los veía a todos oscuros, como si mis ojos fallaran; solo veía montones de figuras negras bailando, saltando con la música pero no podía distinguir nada. Cientos de rostros, pero ni una mirada.
Abrí mis ojos y vi todo desde otra perspectiva. Sentí que todo cambió, que la música sonaba más fuerte, que había mucha más gente de la que parecía, que el calor que reinaba en el ambiente volvía el aire más denso de lo que había respirado jamás; también veía colores más vivídos, como si recién me hubiera despertado y mis ojos se tenían que adaptar a la luz parpadeante y colorida del lugar.
Mis amigos se encontraban cerca, como los había visto en mi cabeza, y Esteban había cumplido con su cometido: La tenía por la cintura, pero ahora le corría el cabello a Jean e intentaba besarle el cuello. Sonreí.
Tengo que aclararlo: No lo hice de mala.
Me metí en el medio de los dos, separándolos, luego de haber recogido mi bolso y sacado una pipa, pero de esas modernas, no las pipas al estilo Sherlock Holmes, sinó unas más extravagantes, con detalles por fuera hechos con porcelana fría y barnizada.
Empujé con mi cola a Esteban para que se alejase un poco, él me dedicó una mala cara, pero no le di importancia. Tomé por la cintura a Jean y me observó con los ojos entrecerrados, sonriéndome lenta y graciosamente, mientras yo le enseñaba la pipa entre mis manos.
Ella quiso consumir primera.
Coloqué la pipa sobre sus labios, la sostuve con una mano, y con la otra encendí un mechero.
La hierba se encendía en cada inhalación de Jean, convirtiéndose en una especie de luciérnaga anaranjada y gorda volando entre todos los presentes. ¡Ay! Me daba escalofríos ver eso, me desesperaba, me volvía loca, deseaba mi turno urgentemente. Sentía el olor y mis fosas nasales temblaban de exitación, haciendo que mi boca se inhundara, obligándome a tragar la saliva si no quería ahogarme.
Por un momento quise ser esa pipa. Estar entre los labios de mi amiga ¡Pero que verguenza! Si ella supiera lo que sentía, aunque no era nada grave, solo una fantasía, un pequeño deseo... sexual.
En esos momentos envidiaba a mi amigo Esteban; él si pudiese, estaría con ella sin ningún problema, era lo normal, ¿No? Un hombre, una mujer... Sin prejuicios ¡Ah! Me iba a volver loca teniéndola a centimetros de mí, exhalandome el humo en la cara. ¡Te desintegraría a besos!
Bien, ahora era mi turno ¡Si! Quise aullar de exitación. Besé la punta de la pipa y creí sentir el gusto de sus labios en ella ¡Bingo! era una especie de dos por uno. Ella me sostuvo y encendió la hierba. Yo no dejaba de mover los hombros y cadera. Inhalé... ¡Ah!
Los bordes de mis labios ardieron, sentí el calor en mi boca, el humo denso bailando sobre mi lengua, dejándome un gusto a picánte, secándome la garganta, bajando directamente hacia mis pulmones, convirtiendo mi saliva en una capa pegajoza, desordenando mi sistema nervioso ¡Haciéndome ver duendecitos verdes y elefantes rosas!

Volví a sonreir.
Mi cuerpo recibio energías cósmicas, algo sobrenatural. Creí tener oídos y ojos biónicos. Mis dedos reaccionaron de una forma extraña, porque al tocarle el rostro a Jean, tardé varios segundos en sentirla, como si existiese un retraso en mi tacto. Moví mi cabeza hacia ambos lados, sentía el ladeo pesado, como si al moverme dejara una saéta invisible.
Comencé a oír sonidos que hacía unos momentos no sentía. Eran esos pequeños detalles que ponen en la música, como si fuese una pintura, en la cuál si te acercas demasiado, se podrían ver personitas a lo lejos sobre una colina, y si te alejas, tan solo desaparecerían o serían una simple manchita oscura.
Me sentí bien, olvidando todos mis problemas.
Perdió importancia el saber que al llegar a casa tendría que reprimir todos mis sentimientos, intentar ser la nena buena de papi y de mami, tener que vivir bajo su mismo techo, aparentando ser lo que no soy, obligándome a mentir compulsivamente para no lastimarlos.
Poco me interesó si la policía me estaba buscando o no, porque como siempre, eran fáciles de evadir. Recordé y sonreí. Por mi cabeza pasaron como una pelicula las imagenes de veces que escapé junto a Esteban de la policia. Él era mi único amigo hombre, y lo mejor de todo era que sabía todo de mí, aunque pensandolo bien yo no sabía tanto de él, simplemente puras deducciones.
Nunca pude tener "mejores amigos" o esa clase de relaciones, solo a él, porque la mayoría de las veces elimino a personas de mi vida por el simple hecho de que si hay algo que detesto con toda mi alma, es la falsedad, y con él no lo sufro.
Conocí personas a las cuáles detesté en la primer charla pero por simple respeto me tragaba todos los comentarios, hasta que explotaba y bien, yo quedaba como la mala de la película. Así fue como comencé a decir todo lo que pensaba; sin cayarme nada, porque como detesto tanto tener que demostrar una cara de póker, también detesto recibirla.
Él era como el toro de mi moraleja, y yo el hipopótamo:
Me encuentro a punto de caer en un precipicio y él me ve. Corre hacia mí. Yo estoy con el hocíco y patas delanteras sobre tierra firme, mientras que muevo inútilmente mis patas traseras intentando trepar. Él se acerca, me toma del hocíco e intenta levantarme, pero peso tanto... soy un animal tan grande y pesado que no puede levantarme. Vé una piedra del tamaño de mi cabeza a un costado. Yo estoy casi por caer, las patas me tiemblan, el peso está por vencerme en cualquier momento y ¡Boom! Coloca la piedra sobre mi hocíco, evitando que caiga.
Yo sabía que él no tenía "la fuerza" suficiente como para levantarme, pero siempre se ingeniaba la forma de no dejarme caer y por eso lo apreciaba tanto.

Me reí fuertemente, aunque la carcajada se ahogó por la música. Me parecía gracioso las cosas que se me cruzaban por la cabeza cuando me encontraba en ese estado, volando alto, sin alas, sin paracaídas.
El cuerpo me temblaba, sentía que en cualquier momento me iba a dar de lleno contra el suelo, pero me sostenía de pié mágicamente.
Las luces que me pegaban de lleno, entraban por mis ojos como si estuviese usando un par de caleidoscopios. La imagen se alejaba y se acercaba, haciéndome doler la cabeza, pero me hacía sentir tonta, alegre.
El suelo me temblaba, o eso creí, porque Esteban me estaba tirando del brazo violentamente.
Metí la mano entre mis piernas, saqué un pequeño revolver y le volé los cesos sin pensarlo. La sangre manchó a todos los presentes.
Sonreí. Me reí a carcajadas, él me seguía tirando del brazo, me llevaba arrastrando entre las personas y yo volaba sin entender nada.
¿De dónde sacaría un arma? Comencé a reirme a carcajadas.
Vi por el rabillo del ojo a Jeanette que iba siendo arrastrada por Esteban también. Las voces de las personas eran como ecos en mi cabeza.
Sentía que me encontraba en "La fiesta del galpón" (Nombre que le habían dado a la noche) hacía demasiadas horas, pero no, sabía que no eran más de las cuatro de la madrugada y no hacía ni dos horas que habíamos llegado.
Mientras viajaba entre las personas que misteriosamente se movían junto a mí, veía todo el lugar poco decorado.
Escuché varios golpes secos, como si los enormes parlantes hubieran caído porque la música comenzaba a escucharse mucho más baja que antes.
Algunas luces dejaron de funcionar, todo comenzaba a tener una ambientación e iluminación más normal para un galpón sucio y viejo como en el que nos encontrabamos.
La gente corría como loca, todos riendo, gritando, rompiendo cosas a sus pasos.
Yo seguía volando y sonriendo. Las carcajadas provocaban cosquilleos en mis orejas.
Nos dirigíamos hacia la salida, lo sabía.
- ¡Que aguafiestas! - Comencé a gritar, pero apenas podía formular bien las palabras.
Esteban ladeaba su cabeza hacia ambos lados, pero sonreía.
Pasámos por al lado de un chico desmayado, y me tomé el trabajo de no esquivarlo y le pisé un brazo, me causó gracia.
En el camino hacia la salida tomé de no recuerdo donde, una botella de whisky a medio terminar y la llevaba casi arrastrando.
Me acordé del bolso y casi grito de desesperación porque no lo traía conmigo, pero me relajé y bebí un trago largo cuando lo ví colgado al hombro de mi amigo.
Volví a dar una carcajada.
- Eso si es un amigo - Volví a intentar hablar, pero soné demasiado ebria. ¡Qué tonta! Escucharme me daba mucha más gracia y me tentaba, no paraba de reir.
Jeanette iba tarareando un tema de los que sonaba en esos momentos, y no creo que esté equivocandome al decir que era Crystal Castles con alguno de sus nuevos temas. Tal vez era Baptism, no lo sé, pero sus ruidos me rompían la cabeza.
Quería saltar, desatarme, gastar mis energías, gritar como loca. Amaba gritar como loca, siempre ponía la música al máximo y gritaba... Gritaba para descargarme o por simple gusto. Liberaba el alma.
Esteban corría tan rápido, pero había tanta gente que el correr rápido no le servía de nada, porque dabamos cinco pasos y nos deteníamos, aunque estabamos cerca de la puerta, pero la policía había bloqueado el lugar. Se encontraban ingresando a la fiesta.
¡Que divertido eran los gritos de sustos! Me seguí riendo a carcajadas, Jeanette se me unió. Nos observabamos las dos y no parabamos de reírnos. Esteban nos miraba y sonreía, pero seguía intentando sacarnos del lugar.
Empujó a un par de policias pero no pudo llevarnos a la puerta principal, así que tiramos la mesa en la cuál controlaba las consolas el deejay de la noche, para poder llegar a una ventana que se encontraba sin vidrio pero tenía baja la persiana. Jeanette se entretuvo pisando varios discos en el suelo, era divertido escuchar el "crash" del plástico. Esteban levantó la persiana con la mano, yo intenté ayudarlo, pero no podía porque perdía las fuerzas en cada carcajada.
- Alcanzame una silla- Me gritó.
Caminé... me tambalié, caí sentada porque me doblé el tobillo, seguía riendome. Agarré el primer banco que encontré e intenté llevarselo como si me hubieran puesto miles de obstáculos en el camino... tropezándome con todo. Levantó la persiana y colocó el banco en la ventana para que la sostuviera abierta.
¡Ah! la brisa que corría. Se notaba que estabamos en primavera, porque para ser madrugada tovadía hacía algo de fresco pero tampoco era ese frío invernal que te enfría la nariz y te congela los mocos.
Quise trepar por la ventana, pero me quedó medio cuerpo colgando.
Oí como Jeanette se moría de risa. ¡Que verguenza! Esteban me empujó desde atrás y caí de costado sobre unas bolsas de basura en un callejón, al costado de la fiesta. Me puse boca arriba y miraba el cielo. ¡Que hermoso que se veía! Tenía una luna que ya se había achicado pero recordaba haberla visto hacía unas horas atrás: amarilla como los ojos de una pantera y rodeada de nubes oscuras como el pelaje del mismo animal.
Jean cayó a mi lado inconciente, luego mi bolso de Prada.
Esteban intentó saltar por la ventana pero vi como un par de policias lo tomaban por la ropa, metiéndolo hacia el interior del galpón nuevamente.
Comencé a mover el cuerpo de mi amiga... no se movía.
- Jean - Le dije, pero no contestaba - Jean - Seguí diciendole mientras la agarraba de la camisa e intentaba moverla. Me estaba asustando. Se encontraba boca abajo y parecía que no respiraba. Vi como su espalda comenzaba a oscurecerse: era la sangre que se escapaba de su cuerpo. Tenía un fierro atravezando su pecho y varios gusanos salían de el, y ahora saltaban hacia mi rostro para devorarme. Ella comenzó a reirse.
- Otra vez- La oí decir.
- ¡Pedazo de yegua!- Le grite y le di un empujón, haciéndola rodar a un costado, cayéndose de las bolsas, impactando contra el suelo.

Nos habíamos alejado, no sé, como quinientas cuadras más o menos de la fiesta. Bien, yo no decía eso, eran mis zapatos que hablaban por si solos. Me dolían los piés. No sabíamos nisiquiera hacia dónde ibamos, pero recién estabamos a dos cuadras del galpón y ya sentía que me iba a desmayar del cansansio.
Jean iba aferrada amí, con la cabeza en mi hombro, yo la guiaba.
Me causaba gracia porque no sabía cuál de las dos estaba más conciente.
Y ahí fue cuando vi venir el platillo volador hacia nosotras. Nos abrió una compuerta amarilla y negra y entrámos. El interior era cálido y suave. Yo caí acostada, creí que era alguna especie de poder que nos lanzaron o algo parecido porque sentía que en unos segundos iba a perder la conciencia.
La miré a Jean; ella llevaba su cabeza hacia atrás, inerte, desmayada. ¡A ella la habían atacado primero! Pero todo se sentía tan cómodo... Si me relajaba un poquito más... Bostecé. Y ahí fue cuando el señor alienigena nos preguntó:
-¿Hasta dónde las llevo, chicas?-
El viaje duró años luces. Viajamos por varios planetas desconocidos. Las luces de afuera de la nave espacial golpeaban mi rostro y me mareaban. Intenté dormir, pero no podía, me mantenía alerta para cuando nos quisieran robar los órganos y experimentar con nosotras.
Parecía que iba desmayada, pero no, solo tenía mis párpados cerrados. Yo estaba disimulando, porque los iba a atrapar a ellos cuando me quisieran poner una mano encima.
Al final solo querían nuestra plata, porque el capitan de la nave le habló a Jean y por un par de pesos nos dejó en casa sanas y salvas.
Yo lo vi partir, dejando una cola de fuego rojo al marcharse y doblar en el semáforo de la esquina, mientras que lo saludaba tontamente.
Tomé del bolso las llaves de casa y me quité los zapatos para no hacer ruido al entrar. Le di un chistido a Jean para que mantuviese el silencio también, pero no paraba de reirme.
Al entrar, sentí que me encontraba rodeada de personas que me aplaudían, como si fuese una reina, o algo por el estílo.
Caminé prácticamente a ciegas, pero podía ver a la gente y a Jean como mi dama de honor a un costado, tomada de mi brazo, dirigiendonos a mi habitación, como si fuese nuestro trono.
Entré a mi habitación a oscuras. Sabía que alguien se encontraba ahí, detrás de la puerta, encapuchado con un cuchillo en la mano, esperando que de un paso y así asesinarme. Tal vez era Esteban que venía a vengarse por no haberlo ayudado en la fiesta, pero tenía que entenderme, no me encontraba en mi mejor estado y apenas podía caminar.
Con un zapato en la mano como arma, caminé lentamente, esperando sentir algo. Seguía con los ojos cerrados, pero igual creía ver. Yo esperaba encontrarme con el capitan de la nave que de seguro se había enojado porque no le di de mi billetera. Si, de seguro que era él quién me esperaba. Seguí caminando pero se me atravezó en el camino, le pisé la cola y maulló fuertemente. Tropecé; caí en cámara lenta, supe que era otro de sus poderes, y me di la cabeza contra el borde de mi cama, el dolor fue un segundo, pero no recuerdo nada más.