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lunes, 27 de septiembre de 2010

- Mad I Soon - Capitulo I "Volar sin alas"

Prólogo


2 Corintios 7:1:
“Dado que tenémos estas promesas [de tener a Jehová como nuestro Dios y nuestro Padre], amados, limpiémonos de toda contaminación de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.”


Pero... ¿Podemos pensar que tendrémos la aprobación de Dios si deliberadamente hacémos cosas que nos contaminan el cuerpo?

La Biblia habla de nuestro cuerpo como el "Templo del Espiritu Santo"
Sabiendo esto: ¿Te atreverías a mancillar dicho cuerpo?



-Volar sin alas-


Eran las tres de la madrugada.
Mi corazón latía increíblemente rápido.
You Love Her Coz She's Dead sonaba tan fuerte que los sentía vibrar dentro de mi pecho y garganta.
Cantaba desaforadamente la letra de la canción. ¡Ah! ¡Young Tender Hearts Beat Fast!
Todos saltabamos, si, bañados en sudor, pero yo no los veía porque me encontraba con los ojos cerrados, tomándome de la cabeza como si me doliera, pero no, me encontraba volando, danzando en otro mundo. Si... otro mundo.
Mi cabello estaba hecho un desastre, y eso que me había llevado un buen rato arreglarmelo para salir, pero por qué me interesaba en éstos momentos, si nadie lo notaba.
Sentía que mi alma estaba fuera de mi cuerpo, que me podía observar amí misma. Era gracioso, porque podía "ver" exáctamente lo que estaba sucediendo a mi alrededor.
La gente descontrolada, todos felices, ausentes.
Me veía amí misma, si, con mis cabellos rubios y largos volando por el aire al ritmo de la música, sucios, bañados en sudor por el ambiente. Mis escuálidas manos aprentando mis sienes; mis brazos desnudos a ambos lados de mi cabeza, moviendose al igual que mi vestido corto de broderie blanco que se ondulaba por el movimiento, dejando pasar una brisa entre mis piernas, subiendo hasta mi estomago y escapandose por el espacio que quedaba entre mis pechos.
Tambíen podía ver mis zapatitos de charól amarillos, pisando en cada salto mi bolso de Prada que había robado en una tienda hacía unas semanas. Adoraba los bolsos, debo admitirlo.
Pensé en agacharme y recojerlo para que no se arruinase, porque se estaba ensuciando, el suelo estaba húmedo y con el impacto de los saltos lo iba a romper, pero pensé y sonreí: Puedo conseguir otro mucho mejor.
A mis costados se encontraban Esteban y Jeannete, amigos que lo único que tenían en común, era amí.
Esteban intentando llamarle la atención a Jean, seguro. Le acariciaría el pelo oscuro y ondulado a mi amiga, luego bajaría por su pálido cuello e intentaría rozarle los pechos, seguir bajando y tomandola por la cintura. ¡Agh! Si, mi imagen era acertada. Él estaría disimulando los efectos de las drogas ¡Já! Se pensaba que yo era tonta, no, no. Yo sabía que no consumía, que solo disimulaba para llamar la atención entre nosotras.
Me gustaba como se encontraban vestidos ambos, con camisas blancas de bambula; Jeanette de color salmón y Esteban de color rosa. Ella con una calza negra, y por arriba una pollera floreada, con botitas de cuero, y él con un vaquero celeste y zapatillas negras.
La boca de Jean y la mía se veían secas, arrugadas. El lápiz labial se nos había consumido, evaporado, pero en Esteban no se notaba ningún cambio físico, aunque bailara como un tonto, pero dudaba de si lo disimulaba o era siempre así, tampoco me gasté demasiado en analizarlo.
Lo más extraño eran las personas que nos rodeaban, los veía a todos oscuros, como si mis ojos fallaran; solo veía montones de figuras negras bailando, saltando con la música pero no podía distinguir nada. Cientos de rostros, pero ni una mirada.
Abrí mis ojos y vi todo desde otra perspectiva. Sentí que todo cambió, que la música sonaba más fuerte, que había mucha más gente de la que parecía, que el calor que reinaba en el ambiente volvía el aire más denso de lo que había respirado jamás; también veía colores más vivídos, como si recién me hubiera despertado y mis ojos se tenían que adaptar a la luz parpadeante y colorida del lugar.
Mis amigos se encontraban cerca, como los había visto en mi cabeza, y Esteban había cumplido con su cometido: La tenía por la cintura, pero ahora le corría el cabello a Jean e intentaba besarle el cuello. Sonreí.
Tengo que aclararlo: No lo hice de mala.
Me metí en el medio de los dos, separándolos, luego de haber recogido mi bolso y sacado una pipa, pero de esas modernas, no las pipas al estilo Sherlock Holmes, sinó unas más extravagantes, con detalles por fuera hechos con porcelana fría y barnizada.
Empujé con mi cola a Esteban para que se alejase un poco, él me dedicó una mala cara, pero no le di importancia. Tomé por la cintura a Jean y me observó con los ojos entrecerrados, sonriéndome lenta y graciosamente, mientras yo le enseñaba la pipa entre mis manos.
Ella quiso consumir primera.
Coloqué la pipa sobre sus labios, la sostuve con una mano, y con la otra encendí un mechero.
La hierba se encendía en cada inhalación de Jean, convirtiéndose en una especie de luciérnaga anaranjada y gorda volando entre todos los presentes. ¡Ay! Me daba escalofríos ver eso, me desesperaba, me volvía loca, deseaba mi turno urgentemente. Sentía el olor y mis fosas nasales temblaban de exitación, haciendo que mi boca se inhundara, obligándome a tragar la saliva si no quería ahogarme.
Por un momento quise ser esa pipa. Estar entre los labios de mi amiga ¡Pero que verguenza! Si ella supiera lo que sentía, aunque no era nada grave, solo una fantasía, un pequeño deseo... sexual.
En esos momentos envidiaba a mi amigo Esteban; él si pudiese, estaría con ella sin ningún problema, era lo normal, ¿No? Un hombre, una mujer... Sin prejuicios ¡Ah! Me iba a volver loca teniéndola a centimetros de mí, exhalandome el humo en la cara. ¡Te desintegraría a besos!
Bien, ahora era mi turno ¡Si! Quise aullar de exitación. Besé la punta de la pipa y creí sentir el gusto de sus labios en ella ¡Bingo! era una especie de dos por uno. Ella me sostuvo y encendió la hierba. Yo no dejaba de mover los hombros y cadera. Inhalé... ¡Ah!
Los bordes de mis labios ardieron, sentí el calor en mi boca, el humo denso bailando sobre mi lengua, dejándome un gusto a picánte, secándome la garganta, bajando directamente hacia mis pulmones, convirtiendo mi saliva en una capa pegajoza, desordenando mi sistema nervioso ¡Haciéndome ver duendecitos verdes y elefantes rosas!

Volví a sonreir.
Mi cuerpo recibio energías cósmicas, algo sobrenatural. Creí tener oídos y ojos biónicos. Mis dedos reaccionaron de una forma extraña, porque al tocarle el rostro a Jean, tardé varios segundos en sentirla, como si existiese un retraso en mi tacto. Moví mi cabeza hacia ambos lados, sentía el ladeo pesado, como si al moverme dejara una saéta invisible.
Comencé a oír sonidos que hacía unos momentos no sentía. Eran esos pequeños detalles que ponen en la música, como si fuese una pintura, en la cuál si te acercas demasiado, se podrían ver personitas a lo lejos sobre una colina, y si te alejas, tan solo desaparecerían o serían una simple manchita oscura.
Me sentí bien, olvidando todos mis problemas.
Perdió importancia el saber que al llegar a casa tendría que reprimir todos mis sentimientos, intentar ser la nena buena de papi y de mami, tener que vivir bajo su mismo techo, aparentando ser lo que no soy, obligándome a mentir compulsivamente para no lastimarlos.
Poco me interesó si la policía me estaba buscando o no, porque como siempre, eran fáciles de evadir. Recordé y sonreí. Por mi cabeza pasaron como una pelicula las imagenes de veces que escapé junto a Esteban de la policia. Él era mi único amigo hombre, y lo mejor de todo era que sabía todo de mí, aunque pensandolo bien yo no sabía tanto de él, simplemente puras deducciones.
Nunca pude tener "mejores amigos" o esa clase de relaciones, solo a él, porque la mayoría de las veces elimino a personas de mi vida por el simple hecho de que si hay algo que detesto con toda mi alma, es la falsedad, y con él no lo sufro.
Conocí personas a las cuáles detesté en la primer charla pero por simple respeto me tragaba todos los comentarios, hasta que explotaba y bien, yo quedaba como la mala de la película. Así fue como comencé a decir todo lo que pensaba; sin cayarme nada, porque como detesto tanto tener que demostrar una cara de póker, también detesto recibirla.
Él era como el toro de mi moraleja, y yo el hipopótamo:
Me encuentro a punto de caer en un precipicio y él me ve. Corre hacia mí. Yo estoy con el hocíco y patas delanteras sobre tierra firme, mientras que muevo inútilmente mis patas traseras intentando trepar. Él se acerca, me toma del hocíco e intenta levantarme, pero peso tanto... soy un animal tan grande y pesado que no puede levantarme. Vé una piedra del tamaño de mi cabeza a un costado. Yo estoy casi por caer, las patas me tiemblan, el peso está por vencerme en cualquier momento y ¡Boom! Coloca la piedra sobre mi hocíco, evitando que caiga.
Yo sabía que él no tenía "la fuerza" suficiente como para levantarme, pero siempre se ingeniaba la forma de no dejarme caer y por eso lo apreciaba tanto.

Me reí fuertemente, aunque la carcajada se ahogó por la música. Me parecía gracioso las cosas que se me cruzaban por la cabeza cuando me encontraba en ese estado, volando alto, sin alas, sin paracaídas.
El cuerpo me temblaba, sentía que en cualquier momento me iba a dar de lleno contra el suelo, pero me sostenía de pié mágicamente.
Las luces que me pegaban de lleno, entraban por mis ojos como si estuviese usando un par de caleidoscopios. La imagen se alejaba y se acercaba, haciéndome doler la cabeza, pero me hacía sentir tonta, alegre.
El suelo me temblaba, o eso creí, porque Esteban me estaba tirando del brazo violentamente.
Metí la mano entre mis piernas, saqué un pequeño revolver y le volé los cesos sin pensarlo. La sangre manchó a todos los presentes.
Sonreí. Me reí a carcajadas, él me seguía tirando del brazo, me llevaba arrastrando entre las personas y yo volaba sin entender nada.
¿De dónde sacaría un arma? Comencé a reirme a carcajadas.
Vi por el rabillo del ojo a Jeanette que iba siendo arrastrada por Esteban también. Las voces de las personas eran como ecos en mi cabeza.
Sentía que me encontraba en "La fiesta del galpón" (Nombre que le habían dado a la noche) hacía demasiadas horas, pero no, sabía que no eran más de las cuatro de la madrugada y no hacía ni dos horas que habíamos llegado.
Mientras viajaba entre las personas que misteriosamente se movían junto a mí, veía todo el lugar poco decorado.
Escuché varios golpes secos, como si los enormes parlantes hubieran caído porque la música comenzaba a escucharse mucho más baja que antes.
Algunas luces dejaron de funcionar, todo comenzaba a tener una ambientación e iluminación más normal para un galpón sucio y viejo como en el que nos encontrabamos.
La gente corría como loca, todos riendo, gritando, rompiendo cosas a sus pasos.
Yo seguía volando y sonriendo. Las carcajadas provocaban cosquilleos en mis orejas.
Nos dirigíamos hacia la salida, lo sabía.
- ¡Que aguafiestas! - Comencé a gritar, pero apenas podía formular bien las palabras.
Esteban ladeaba su cabeza hacia ambos lados, pero sonreía.
Pasámos por al lado de un chico desmayado, y me tomé el trabajo de no esquivarlo y le pisé un brazo, me causó gracia.
En el camino hacia la salida tomé de no recuerdo donde, una botella de whisky a medio terminar y la llevaba casi arrastrando.
Me acordé del bolso y casi grito de desesperación porque no lo traía conmigo, pero me relajé y bebí un trago largo cuando lo ví colgado al hombro de mi amigo.
Volví a dar una carcajada.
- Eso si es un amigo - Volví a intentar hablar, pero soné demasiado ebria. ¡Qué tonta! Escucharme me daba mucha más gracia y me tentaba, no paraba de reir.
Jeanette iba tarareando un tema de los que sonaba en esos momentos, y no creo que esté equivocandome al decir que era Crystal Castles con alguno de sus nuevos temas. Tal vez era Baptism, no lo sé, pero sus ruidos me rompían la cabeza.
Quería saltar, desatarme, gastar mis energías, gritar como loca. Amaba gritar como loca, siempre ponía la música al máximo y gritaba... Gritaba para descargarme o por simple gusto. Liberaba el alma.
Esteban corría tan rápido, pero había tanta gente que el correr rápido no le servía de nada, porque dabamos cinco pasos y nos deteníamos, aunque estabamos cerca de la puerta, pero la policía había bloqueado el lugar. Se encontraban ingresando a la fiesta.
¡Que divertido eran los gritos de sustos! Me seguí riendo a carcajadas, Jeanette se me unió. Nos observabamos las dos y no parabamos de reírnos. Esteban nos miraba y sonreía, pero seguía intentando sacarnos del lugar.
Empujó a un par de policias pero no pudo llevarnos a la puerta principal, así que tiramos la mesa en la cuál controlaba las consolas el deejay de la noche, para poder llegar a una ventana que se encontraba sin vidrio pero tenía baja la persiana. Jeanette se entretuvo pisando varios discos en el suelo, era divertido escuchar el "crash" del plástico. Esteban levantó la persiana con la mano, yo intenté ayudarlo, pero no podía porque perdía las fuerzas en cada carcajada.
- Alcanzame una silla- Me gritó.
Caminé... me tambalié, caí sentada porque me doblé el tobillo, seguía riendome. Agarré el primer banco que encontré e intenté llevarselo como si me hubieran puesto miles de obstáculos en el camino... tropezándome con todo. Levantó la persiana y colocó el banco en la ventana para que la sostuviera abierta.
¡Ah! la brisa que corría. Se notaba que estabamos en primavera, porque para ser madrugada tovadía hacía algo de fresco pero tampoco era ese frío invernal que te enfría la nariz y te congela los mocos.
Quise trepar por la ventana, pero me quedó medio cuerpo colgando.
Oí como Jeanette se moría de risa. ¡Que verguenza! Esteban me empujó desde atrás y caí de costado sobre unas bolsas de basura en un callejón, al costado de la fiesta. Me puse boca arriba y miraba el cielo. ¡Que hermoso que se veía! Tenía una luna que ya se había achicado pero recordaba haberla visto hacía unas horas atrás: amarilla como los ojos de una pantera y rodeada de nubes oscuras como el pelaje del mismo animal.
Jean cayó a mi lado inconciente, luego mi bolso de Prada.
Esteban intentó saltar por la ventana pero vi como un par de policias lo tomaban por la ropa, metiéndolo hacia el interior del galpón nuevamente.
Comencé a mover el cuerpo de mi amiga... no se movía.
- Jean - Le dije, pero no contestaba - Jean - Seguí diciendole mientras la agarraba de la camisa e intentaba moverla. Me estaba asustando. Se encontraba boca abajo y parecía que no respiraba. Vi como su espalda comenzaba a oscurecerse: era la sangre que se escapaba de su cuerpo. Tenía un fierro atravezando su pecho y varios gusanos salían de el, y ahora saltaban hacia mi rostro para devorarme. Ella comenzó a reirse.
- Otra vez- La oí decir.
- ¡Pedazo de yegua!- Le grite y le di un empujón, haciéndola rodar a un costado, cayéndose de las bolsas, impactando contra el suelo.

Nos habíamos alejado, no sé, como quinientas cuadras más o menos de la fiesta. Bien, yo no decía eso, eran mis zapatos que hablaban por si solos. Me dolían los piés. No sabíamos nisiquiera hacia dónde ibamos, pero recién estabamos a dos cuadras del galpón y ya sentía que me iba a desmayar del cansansio.
Jean iba aferrada amí, con la cabeza en mi hombro, yo la guiaba.
Me causaba gracia porque no sabía cuál de las dos estaba más conciente.
Y ahí fue cuando vi venir el platillo volador hacia nosotras. Nos abrió una compuerta amarilla y negra y entrámos. El interior era cálido y suave. Yo caí acostada, creí que era alguna especie de poder que nos lanzaron o algo parecido porque sentía que en unos segundos iba a perder la conciencia.
La miré a Jean; ella llevaba su cabeza hacia atrás, inerte, desmayada. ¡A ella la habían atacado primero! Pero todo se sentía tan cómodo... Si me relajaba un poquito más... Bostecé. Y ahí fue cuando el señor alienigena nos preguntó:
-¿Hasta dónde las llevo, chicas?-
El viaje duró años luces. Viajamos por varios planetas desconocidos. Las luces de afuera de la nave espacial golpeaban mi rostro y me mareaban. Intenté dormir, pero no podía, me mantenía alerta para cuando nos quisieran robar los órganos y experimentar con nosotras.
Parecía que iba desmayada, pero no, solo tenía mis párpados cerrados. Yo estaba disimulando, porque los iba a atrapar a ellos cuando me quisieran poner una mano encima.
Al final solo querían nuestra plata, porque el capitan de la nave le habló a Jean y por un par de pesos nos dejó en casa sanas y salvas.
Yo lo vi partir, dejando una cola de fuego rojo al marcharse y doblar en el semáforo de la esquina, mientras que lo saludaba tontamente.
Tomé del bolso las llaves de casa y me quité los zapatos para no hacer ruido al entrar. Le di un chistido a Jean para que mantuviese el silencio también, pero no paraba de reirme.
Al entrar, sentí que me encontraba rodeada de personas que me aplaudían, como si fuese una reina, o algo por el estílo.
Caminé prácticamente a ciegas, pero podía ver a la gente y a Jean como mi dama de honor a un costado, tomada de mi brazo, dirigiendonos a mi habitación, como si fuese nuestro trono.
Entré a mi habitación a oscuras. Sabía que alguien se encontraba ahí, detrás de la puerta, encapuchado con un cuchillo en la mano, esperando que de un paso y así asesinarme. Tal vez era Esteban que venía a vengarse por no haberlo ayudado en la fiesta, pero tenía que entenderme, no me encontraba en mi mejor estado y apenas podía caminar.
Con un zapato en la mano como arma, caminé lentamente, esperando sentir algo. Seguía con los ojos cerrados, pero igual creía ver. Yo esperaba encontrarme con el capitan de la nave que de seguro se había enojado porque no le di de mi billetera. Si, de seguro que era él quién me esperaba. Seguí caminando pero se me atravezó en el camino, le pisé la cola y maulló fuertemente. Tropecé; caí en cámara lenta, supe que era otro de sus poderes, y me di la cabeza contra el borde de mi cama, el dolor fue un segundo, pero no recuerdo nada más.